Discurso de Larrazabal

3 de junio de 1893

 

 Señores:

Ya que vuestro entusiasmo patrio, bizkainos que me oí­s, de tal suerte se encendiera al  contacto de  la  chispa  que  lancé  a la publicidad en mi  modesto libro  Bizkaya por  su independencia que,  velando vuestra vista con su humareda, os impidió el ver en mí­ lo que  realmente soy,  un sencillo hijo  de Bizkaya, y fue capaz   a  moveros  a  hacerme  este  desmedido  obsequio  de sincero afecto, permitidme que,  después de manifestaros por ello  mi  más  profundo agradecimiento y de contestaros con  el ofrecimiento a vuestro servicio de todo cuanto soy y tengo en lo que  no redunde contra Dios o contra mi  Patria (no toméis a indiscreción la  severidad de  la  frase al  señalar la  condición), os  declare francamente  lo  que  mi  opúsculo significa, explicándoos sus causas  ocasional y final.

La primera la  habéis visto indicada en  la  Advertencia, donde digo:  «Del radical extraví­o que ha experimentado el espí­ritu bizkaino, merced a las exóticas ideas  de los bizkainos más influyentes, testigo ha sido el presente siglo:  en esta época  ya no se habla  una  vez de independencia, y así­ en la adversidad como  en la fortuna, Bizkaya ha de pensar y sentir como  siente y  piensa la  nación española; y  entre tantos libros como  a la luz  han  salido  de  plumas bizkainas, tantos oradores que  han abogado por nuestras libertades y periódicos tantos que al aparecer han  protestado tanto no pretender otro fin que  la defensa de  los  intereses euskerianos, ni  una  sola  voz  se  ha levantado  que   haya   definido  y  proclamado  la  verdadera y única  polí­tica bizkaina, ni una  mano  que  a este pueblo desventurado le haya  mostrado en la historia lo que fue e indicándole en lo porvenir lo que debe  ser.»

Bizkaya, nuestra Patria,  incurrió en  el  siglo  IX,  ya  lo  habéis leí­do,  en  el graví­simo yerro de  establecer la forma señorial y en el más grave de estatuirla sobre  bases diametralmente opuestas  al  espí­ritu de  sus  instituciones; el  extranjerismo de los  bizkainos  más  considerados  por  su  ilustración o  por  la fuerza  de   su   brazo,    que   determinara   aquella  evolución polí­tica, ejerció en la masa  del  pueblo su fatal influjo, y españolizándola progresivamente en sus ideales, la arrastró a conferir  el  cargo   de  Señor   de  Bizkaya primeramente  a  un súbdito español y más  tarde al  mismo monarca de  la  vecina nación   latina;   este    hecho     torció   en    tanto   grado   las inteligencias  y  los  corazones  de  los  bizkainos,  que produciendo aberraciones tales como  la de llamar en los documentos  Rey  y  Señor  a quien  sólo  era  Señor  y  consentir firmara Yo el  Rey  las  cartas y  pragmáticas quien   sólo  podí­a hablar a Bizkaya como  Señor,  causó  la  más  profunda y trascendental   de    llamarse   a   sí­   mismos   españoles   los bizkainos;  y  no  rechazado  este  maldito  nombre  de nacionalidad por  aquel  pueblo que  no  paraba mientes en  las palabras, sino  en  los  hechos, ni  en  los  nombres, sino  en  las cosas,   y   que   no   preveí­a  que   las   generaciones  ulteriores habí­an  de caer  en la persuasión de que aquél  les correspondí­a por  naturaleza, de  tal suerte corrompióse la idea  de  la Patria que,  si el historiador filósofo puede explicarse la adopción del citado nombre a la época  del  apogeo y engrandecimiento de España,  encuéntrase confundido al  ver  que  al  iniciarse y desencadenarse la de su decadencia, no sólo  no renació y se desarrolló el  espí­ritu bizkaino genuinamente patrio, sino  que en la misma forma paulatina y gradual fue su organismo presa de la más sustancial descomposición: y aquella Bizkaya que tuviera la dignidad de conservarse pura  e intacta en medio de las inmigraciones ibérica y céltica, y la altivez de despreciar el fausto del Imperio romano; aquella Bizkaya que supo  esquivar el  roce   con   los  bárbaros  del   septentrión  y  que   pudo   ser mermada,  pero   nunca   sometida,  por   el  acero   del   belicoso visigodo y burlara la energí­a y el talento del más  poderoso de sus reyes, Leovigildo; aquella Bizkaya que  supo  guardar su independencia al precio de  la sangre de  sus hijos,  venciendo en  mil  combates  al musulmán, al hispano, al galo  y al sajón; aquella Bizkaya intrépida por  mar,  fuerte por  tierra y temida, aunque pequeña, por  todas las  naciones… hijos  de  Bizkaya, vedla ya  en  el  siglo  XVIII, intoxicada por  el  virus  españolista, anémica y sin  fuerzas para  oponerse a un  contrafuero, y por último  en   este   nuestro  siglo    despedazada   por    la   furia extranjera, y expirante, que no muerta lo cual fuera preferible, sino  humillada, pisoteada y escarnecida por  España,  por  esa nación enteca y miserable!

Si juzgara preciso encareceros la desgracia de Bizkaya, irí­a presentando  ante  vuestros  ojos,   punto por  punto,  el menoscabo que  ha  padecido así­  en  lo  religioso y  lo  moral como  en lo polí­tico y lo económico, tanto en su raza  como  en su  lengua. Pero  vese  claramente  que  este  patriótico movimiento que estáis demostrando presupone en vosotros el convencimiento de que vuestra Patria es ví­ctima de alguna penosa desventura, y  no  he  de  abusar de  vuestra atención, ocupándola  en   puntos  que,    por   sabidos  y   sentidos,   es excusado tocarlos.

Ni  se os oculta, seguramente, cómo  el  infortunio de  Bizkaya sobrepuja a toda ponderación, si observamos el olvido y desamparo, mejor aún,  el  menosprecio y  la  saña  de  que,  en medio de  su desgracia, es objeto por  parte de  sus hijos  esta nación desdichada.

En ocho  partidos diferentes están principalmente divididos en la actualidad los bizkainos: tres católicos y cinco  liberales. Los tres católicos son: el carlista, el integrista y el neoautonomista o fuerista simplemente. De los cinco  liberales, dos son monárquicos: el  conservador  y  el  fusionista;  y  tres republicanos: el radical, el federal y el posibilista.

Ya lo  veis: ocho  distintas banderas tremolan en  las  cumbres de  nuestros   montes…  ¿Distinguí­s   tal  vez   entre  ellas   a  la bizkaina?

Si se lo preguntáis a los prohombres de esos ocho  partidos, y más    como    la   respuesta    ha    de    ser    pública,   todos   os contestarán que  son  acérrimos fueristas y  cada  uno  de  ellos os  dirá   que   su   respectivo  partido  es  el   más   amante  de Bizkaya, el más entusiasta y sincero defensor de sus derechos e intereses.

Pero, ¡ah,  infelices: cuán  hartos estamos de tanta farsa!

Farsa digo  y repito: farsa y no error es el vicio  que  caracteriza a  esos   partidos  cuando,  alardeando  de   amar   Bizkaya,  no hacen  otra cosa que ultrajarla y ofenderla o cuando menos desampararla: porque, prescindiendo del punto de vista que puede decirse teórico, bajo  el cual  desde  el primer momento del juicio quedan los ocho partidos convictos de españolistas y cinco  de ellos  de anticatólicos, y descendiendo a la esfera de los hechos, porque hay  un  refrán en el idioma que  hablo  que dice  «obras son  amores y no buenas razones», respondedme, después de  hojear las  historias de  todos y cada  uno  de  esos partidos: ¿las halláis limpias? ¿No encontráis acciones antibizkainas que sublevan el ánimo y omisiones no menos irritantes? Y si reapasáis las hojas  de sus respectivos órganos periódicos,  ¿no  veis   cómo   están   atestados  de   especies y frases y artí­culos enteros que sólo un espí­ritu antibizkaino (antibizkaino  por   malicia,  por   conveniencias  o  por   lo  que fuere) puede producir?

¡Pobre   Bizkaya,  si  tu  destino estuviese  a  merced  de  esos partidos españolistas que te van carcomiendo las entrañas!

¡Pobre  Bizkaya, si la Divina Justicia no hubiese envainado ya la espada con que tan duramente está castigando acaso  tus pasadas culpas, y no hubiese sonado en la Providencia la hora de tu restauración!

He   aquí­,   bizkainos,  la   ocasión  de   mi   opúsculo:  la   cruel desgracia  en   que   a   Bizkaya  la   ha   sumido  la   extranjera dominación, juntamente con el daño  que muchos bizkainos renegados le  hacen  directamente y  el  que  los  demás indirectamente la causan  con  un  desafecto  y el abandono en que la dejan.

Que  si  mi  Patria  fuera libre, o,  a  pesar  del  vil  yugo  que  ha humillado su  frente, se agitara en  su  seno  el  espí­ritu restaurador y en  los  cí­rculos y en  la  prensa periódica, en  los libros profanos y en los piadosos, en el templo y en los espectáculos, en la cátedra y en el taller, en el palacio y en la caserí­a,  en  los  cargos   autoritarios y  en  los  empleos, en  el monte  y   en   la   calle   y   dondequiera  no   se  respirara  una molécula  de   infecto  aire   extranjerista,  y  se  aprovecharan todos los  momentos en  bien  de  la  Patria,  y  todas las  cosas, por nimias e insignificantes que fuesen, se revistieran del tinte patrio, y los bizkainos todos, eclesiásticos y seglares, sabios  e ignorantes,  ricos   y   pobres,  fuertes  y   débiles, ancianos y jóvenes, hombres y mujeres, todos en sus respectivas esferas de  acción   y  relaciones trabajaran con  ahí­nco  por  la  libertad patria,  de  tal  suerte que   el  norte  de  su  brújula  fuese  el patriotismo y de patriotismo estuviese la atmósfera bizkaina saturada… si tal mis ojos vieran, ni mi opúsculo hubiese jamás aparecido a la luz pública, ni yo me  habrí­a entregado con mis cortas fuerzas al estudio de las leyes,  la historia y la lengua de Bizkaya, al que nunca  me sentí­ inclinado por natural afición.

Mas cuando habiendo llegado a conocer a mi Patria y caí­do  en la cuenta de los males  que  la aquejaban, extendí­ mi  vista en derredor buscando ansiosamente un brazo  generoso que acudiera en  su auxilio, un  corazón patriota,  por  todas partes tropecé con  la invasión española que  talaba nuestros montes y que, en vez de ser rechazada, era loca y frenéticamente secundada  por   indignos  hijos   de   Bizkaya,  y   no   hallé   en ninguna un  partido, una  sociedad, un  libro, un  periódico, una página, una sola página, bizkainos que me escucháis, verdaderamente bizkaina. Fui yo carlista hasta los diecisiete años,  porque carlista habí­a  sido  mi  padre, aunque un carlista que  sólo  trabajo por  el  lema  Religión y  Fueros  y  a  quien   el dolor  de  la  ruina   de  nuestras  libertades lo  llevó  al  sepulcro. Pero ya  desde  que  habí­a,  a los quince de mi  edad,  estudiado Filosofí­a,  distinguí­a  mis   ideas   y  decí­a   que   era  carlista  per accidens, en cuanto que  el triunfo de D. Carlos  de Borbón me parecí­a el único  medio de alcanzar los Fueros:  deseaba que D. Carlos  se sentara en el trono español, no como  fin, sino  como medio de  restablecer los  Fueros;   que  Fueros  llamaba yo  en aquella época  a nuestras  instituciones y decí­a  de mí­  que  era fuerista,  palabra que  desde   entonces  acá  nunca   me  la  he aplicado  porque  su   empleo  por   los   bizkainos  es   en   mi concepto un manifiesto atraso.

Pero el año  ochenta y dos (¡bendito el dí­a en que  conocí­  a mi Patria, y eterna gratitud a quien  me  sacó de las tinieblas extranjeristas!),  una   mañana  en   que   nos   paseábamos  en nuestro  jardí­n    mi    hermano  Luis   y   yo,   entablamos   una discusión polí­tica. Mi hermano era ya bizkaino nacionalista; yo defendí­a mi carlismo per  accidens. Finalmente, después de un largo  debate, en el que uno y otro nos atacábamos y nos defendí­amos  sólo  con  el  objeto de  hallar la  verdad, tantas pruebas  históricas  y  polí­ticas  me   presentó  él  para convencerme  de   que   Bizkaya  no   era   España,   y  tanto  se esforzó  en  demostrarme  que  el  carlismo, aún  como   medio para  obtener no ya un aislamiento absoluto y toda ruptura de relaciones con España,  sino  simplemente la tradición señorial, era  no  sólo  innecesario sino  inconveniente y  perjudicial, que mi  mente, comprendiendo que  mi  hermano conocí­a  más  que yo  la  historia y que  no  era  capaz  de  engañarme, entró en  la fase de  la  duda  y  concluí­ prometiéndole estudiar con  ánimo sereno la  historia de  Bizkaya y  adherirme firmemente  a  la verdad.

Aquellos de vosotros que  posean la lengua patria, han  podido enterarse de  esta  mi  resurrección en  la  dedicatoria del  libro; pero  los  demás ¡cuán  lejos  estabais  de  saber  que  a vuestro lado  y no en mi silla  se sienta el primer factor de ese libro  que tanto  os  ha   simpatizado  y  de  cuanto  con   la  mente  o  el corazón, con  la pluma o el brazo,  este bizkaino que  os habla, oscuro  pero  entusiasta, pueda producir!

Pronto comencé a conocer a mi  Patria en su historia y en sus leyes; pero  no debe  el hombre tomar una  resolución grave sin antes esclarecer el  asunto  y convencerse de  la  justicia de  la causa  y la conveniencia de sus efectos.

Mas  al  cabo   de   un   año   de   transición,  disipáronse  en   mi inteligencia todas las sombras con que la oscurecí­a el desconocimiento  de  mi  Patria,  y levantando el  corazón hacia Dios,  de Bizkaya eterno Señor,  ofrecí­ todo cuanto soy y tengo en  apoyo de  la  restauración patria, y  juré  (y  hoy  ratifico mi juramento)  trabajar  en   tal  sentido con   todas  mis   débiles fuerzas, arrostrando  cuantos  obstáculos  se  me  pusieran de frente y  disponiéndome,  en  caso  necesario,  al  sacrificio  de todos mis  afectos, desde  el  de  la  familia y de  amistad hasta las  conveniencias sociales, la  hacienda y la  misma vida.  Y el lema  Jaungoikua  eta Lagizarra iluminó mi  mente y  absorbió toda mi  atención, y Jaungoikua  eta Lagizarra se grabó en  mi corazón para   nunca   más  borrarse; y  por  guí­a  de  todos los actos  de  mi  vida  me  tracé un  lema  particular cuyas  iniciales van al final del opúsculo que conocéis y de todos mis escritos.

Tres  trabajos se  presentaron  desde   el  primer dí­a  ante mis ojos:  estudiar la  lengua de  mi  Patria,  que  desgraciadamente me  era  en absoluto desconocida, su historia y sus leyes; y en segundo lugar, proporcionar a los  compatriotas que  no poseyeran el Euskera, por medio de la publicación de una Gramática, el medio de aprenderlo, e instruirlos, mediante algunos  libros,  y  un  periódico,  en  la  historia  y  la  polí­tica patrias; y como  sí­ntesis de todos estos trabajos, la extirpación del  extranjerismo e  implantación del  patriotismo,  uniendo a los  hijos   de  Bizkaya  bajo   una  sola  bandera,  la  inmaculada bandera de  la tradición, a fin de  alcanzar la fuerza necesaria para  sacudir el yugo  de la esclavitud y digna y vigorosamente restaurar la Patria.

La  obra   era   magna;  no  sé  si  me   sentí­   con   fuerzas  para emprenderla y llevarla a  término  feliz, pero   no  me  faltó el ánimo; ni jamás  me faltará, si el pueblo bizkaino aún conserva su dignidad y no ha renunciado a su perfecta regeneración. Y si repetidas veces  el negro espectro de la imposibilidad del fin se ha  presentado a mi  imaginación y tratado de  disuadirme, siempre le  he  recibido con  estas  palabras: «teóricamente no has de vencerme, lucharé contra ti mismo, y sólo te cederé el campo  cuando en  la  práctica te vea  dominado;  si  en  este terreno  me   viese   vencido,  abandonaré  a  mi   Patria».   Pero (tenedlo entendido, hijos  de Bizkaya) si tan triste caso llegara, juro,  al dejar  el suelo  patrio, dejaros también un recuerdo que jamás  se borre de la memoria de los hombres. Y no atribuyáis a soberbia lo  que  sólo  serí­a  efecto del  intenso dolor  que  me causarí­a el envilecimiento de los bizkainos y la muerte de mi Patria; yo no quiero nada  para  mí­, todo lo quiero para  Bizkaya; ahora  mismo, y  no  una  sino  cien  veces,  darí­a  mi  cuello a la cuchilla sin pretender ni la memoria de mi  nombre, si supiese que con mi muerte habí­a  de revivir mi Patria.

Por ella  desde  hace  diez  años  estoy trabajando; por  ella  dejé la   carrera,  pues   me   parecí­a  indigno  el   ocupar  mi   poca actividad en acopiar bienes de fortuna para  la familia que andando el  tiempo pudiera constituir,  y  si  hasta  ahora   tan poco   he  producido,  ha  sido   por   la  negativa  pasión  de  la pereza, que  por  desdicha largas temporadas me  ha tenido dominado.

Efecto  de esa  pasión es el que  la impresión de  la Gramática, cuyo   original  en  su  esqueleto  o  borrador  ha  muchos  años estaba  terminado, se suspendiera apenas comenzó, y el  que la  proyectada  sociedad bizkaina, cuyos   estatutos hace  tres años fueron redactados, no se haya  todaví­a constituido.

Unos  cuantos  folletos y  el  opúsculo  Bizkaya  por  su Independencia es cuanto mi  pluma hasta el presente ha dado a la publicidad.

Si han movido algún  tanto los corazones bizkainos, o si, por  el contrario,  han   sido   simiente  recibida  por   terreno  estéril, vosotros debéis de saberlo, generosos compatriotas; pues  que por  lo dicho  quedáis enterados de que  la causa  final de su publicación y particularmente del  opúsculo es la de instruir a los bizkainos en aquella parte de la historia patria cuyo conocimiento le es necesario y despertar de  esta  manera en sus almas  el sentimiento patrio.

Aquí­ debiera terminar, pues  queda satisfecho el propósito que al  principio me  formé de  exponeros las  causas   ocasional y final de  la  publicación de  mi  libro; pero  no  lo  haré  sin  antes dirigiros una advertencia y pediros dos excusas.

La advertencia (y permitidme os la haga  con  toda llaneza) se refiere  al   carácter  de   esta   reunión.  La  cual,   iniciada  por vosotros  para   darme una  muestra de  vuestra  simpatí­a,  no tiene,  no   puede  tener,  un   carácter  nacionalista.  Yo  debo declarar que  en  manera alguna acepto vuestro obsequio en este concepto, sino como  merced que me hacéis  por lo que en mi  libro  hayáis podido hallar de  vuestro agrado. La sociedad nacionalista no está aún constituida, ni podrá estarlo hasta principios del próximo año;  sus estatutos están redactados, su programa polí­tico perfectamente definido, y otro dí­a,  si me  lo permití­s, os daré  una  idea  de unos  y otro; pero  nadie  es aún miembro de  esa  sociedad, ni  puede alistarse en  ella  hasta el dí­a que aparezca la proclama. De consiguiente, los que, habiéndome brindado con esta cena,  se encontraren aquel  dí­a con  que  el  programa nacionalista no  responde a sus  deseos, no   serán    tachados   de   inconsecuentes,   ni   porque  hayan asistido a esta reunión podrán ser inculpados por  sus partidos respectivos.

Y debo  pediros dos cosas: es la primera, que  me  perdonéis el que  en este desaliñado discurso haya  hablado tanto de mi persona y mis  cosas.  Si es censurable y odioso  el ocuparse en sí­  mismo en  una  simple conversación, lo  es  mucho más  el hacerlo  en   público  y   por   escrito.  Pero   en   este   caso   la necesidad de  hablaros de  mí­  mismo al  exponeros la  causa final de  mi  libro, disculpa tal  vez  mi  indiscreción y  espero indulgencia de vosotros.

Lo  segundo  que  habéis  de  perdonarme  es  el  que  os  haya dirigido la palabra en idioma extranjero, pues  que  el contarse entre  vosotros  bizkainos  que   desconocen  el  patrio  me   ha obligado a ello.

Y ahora, gritad conmigo: ¡Viva  la independencia de Bizkaya!

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