Amnistía, tres relatos

 

La ley de amnistía es ya una realidad, un texto legal que habrá de ser aplicado por los operadores jurídicos, una norma que sólo las más altas instancias judiciales pueden anular total o parcialmente. Mientras se somete a su consideración, la oportunidad política de la iniciativa, o la ausencia de ella, se argumenta por sus promotores y por sus detractores, y entre aquéllos tampoco hay coincidencia en lo más sustancial, en lo que viene a dar respuesta.

 

Para el partido que lidera el gobierno se trata de un perdón. De un mirar para otro lado con generosidad, de un pasar página a comportamientos equivocados a los que se reconoce hubo de darse una contestación política. Todo por la concordia, en la declarada confianza de que no se repetirá una situación límite como la que se produjo en la convivencia entre Catalunya y España. Según ello, los recientes resultados electorales catalanes habrían convalidado esta operación audaz, con una desactivación del independentismo y una vuelta a la normalidad anterior a 2017.

 

Sin embargo, la otra parte del acuerdo que ha cristalizado en esta ley de amnistía no lo interpreta así. En absoluto. Para los partidos soberanistas catalanes se trata de corregir una injusticia. De revertir unas condenas injustas y desproporcionadas, de devolver al movimiento independentista a la casilla de salida, para sortear la represión del Estado y proseguir el proceso autodeterminista. Una victoria de la persistencia, un detenerse para tomar impulso. Son las de las dos partes hacedoras del acuerdo y de la ley dos miradas radicalmente contrapuestas en su razón de ser.

 

David Salinas-Armendariz

La oposición al Gobierno de Sánchez lo ve como un grave atentado a la igualdad de los españoles, una afrenta intolerable que ha de contestarse desde la calle, desde los tribunales, desde las comunidades autónomas y desde Europa. Un punto y aparte, pero como defunción certificada de sus urdidores socialistas, y una barbaridad política y legal a combatir sin reservas. Según la derecha española los golpistas catalanes tienen que purgar delitos de gran magnitud, con la dureza de la ley y de la justicia española, sin dobleces que cuestionen el estado de derecho y que sólo se justifican en el apego al poder de Pedro Sánchez a cualquier precio, incluso sacrificando los más sagrados principios de la democracia española.

Estas tres son las visiones protagonistas del discurso político actual sobre la controvertida ley de amnistía. Las tres abiertamente encontradas. Y las tres posturas se revelan interesadas, incompletas por partidistas y, por definición, parciales. Hay, sin duda, realidades insoslayables. La apuesta por la amnistía no nació de la convicción socialista, sino de la pura aritmética parlamentaria, de la necesidad hecha virtud, como reconociera el presidente Sánchez ante los suyos. No puede negarse que los independentistas aprovechan su posición en el Congreso para volver a una posición de origen que no augura el anunciado final definitivo del movimiento secesionista, aun debilitado por la pérdida de la mayoría por errores propios y por la maniobra política de Sánchez (incluido el montaje de los famosos cinco días). Una especie de subsanación en las urnas catalanas, pendiente de contrastarse con los votos de todo el Estado. Si no es así, cobrará fuerza la postura inmisericorde de la oposición. El domingo todo puede empezar a vislumbrarse.

Las individualidades suman

La colectividad multiplica

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