Hay cosas que echamos de menos aunque no las hayamos tenido nunca. Jamás nos acostumbramos a su falta. Los futboleros con un montón de cuatrienios a cuestas no nos hemos perdido un Mundial o una Eurocopa en décadas, en mi caso desde México 70, que ya ha llovido. Y en cada torneo a todos, a mí también, nos gusta identificarnos con una selección, o con más de una. Porque eso es el deporte y la competición, su buena práctica, sí, el gusto por el buen fútbol, de acuerdo, pero también, y fundamentalmente, tomar partido por uno de los contendientes. Dicho lo cual, no todos los que vemos y degustamos el fútbol oficial de selecciones tenemos identificada a la propia, a “la nuestra”, a ese equipo que justifique el disfrute de ganar por sí mismo.
La realidad es que muchos vascos no nos identificamos con la selección española. Yo soy uno de ésos. No sé cuántos somos los que compartimos esa sensación de ajenidad, aunque podría cifrarse sin mucha dificultad. Algunos datos se pueden manejar en relación con la adhesión a la selección vasca, nuestro equipo sentimental alternativo. Y ya se sabe, no podemos engañarnos, que todo esto tiene que ver con el sentido de pertenencia, o sea, con asumir determinados símbolos que nos representen, también en el deporte.
Cada uno ha bebido en su casa y en su entorno de unas querencias y de unas indiferencias. Yo en mi infancia tenía en mi cuarto, junto a pósters de cantantes y grupos del momento y de jugadores y alineaciones del Athletic, una foto de la selección española con Iribar, Rojo, Uriarte y Arieta. Porque estaban ellos la tenía, aunque entonces España no ganaba nada, perdía siempre las citas importantes. Y por eso era más de Inglaterra, de Holanda o de Argentina. Años después asistiría a un Euskadi-Irlanda en San Mamés que me hizo decantarme afectivamente. Era mi selección. El ambiente vivido, conocer su historia, el nivel de aquel equipo, formado por jugadores del Athletic y de la Real que iban a dominar largo tiempo la liga española, me hicieron preguntarme: ¿Por qué no una selección vasca que continuara sus épicos precedentes? ¿Por qué no devolver a los terrenos de juego del mundo a aquella Euzkadi con Z, o Euskal Herria, o Euskal Selekzioa…? ¿Por qué la selección vasca no puede, como la de Escocia -que hoy lo hace- o la de Gales, jugar un Mundial o una Eurocopa? Desde entonces no dejo de hacerme las mismas preguntas. Sé que hay que remover un montón de cosas, y cada vez veo más claro cuáles, y que hacen falta menos proclamaciones y posturas vacuas, y más trabajo y persistencia.
Mientras tanto, los años pares, con el calor estival, me embarga el mismo sentimiento, el propio de un apasionado del fútbol al que falta el equipo por el que apasionarse. Me falta lo que podría ser y no es. Añoro, junto a otros habitantes de esta tierra, de este “país deportivo”, a ese combinado representativo que me erice la piel. No me acostumbro al verde sin el verde, qué le voy a hacer, así que pasen los bienios. Algunos, muchos, no sé cuántos, se identificarán conmigo. Los que no, espero que comprendan mi nostalgia, ésa que quizás algún verano tendrá fin.
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